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Reflexiones sobre el multiculturalismo por Sergio Fernández Aguayo

Por Sergio Fernández Aguayo, asociado de ACHEI y Presidente del Instituto Maritain-Chile

1.-  Una época de migraciones y refugiados.-

 En la etapa en que está viviendo la humanidad, el fenómeno de las migraciones, que culmina en la existencia de más de 51 millones de refugiados y sus consecuencias futuras sobre el multiculturalismo, en los países que acepten  acoger a tantas personas y familias abandonadas, que naturalmente buscan un país de acogida donde puedan obtener  el respeto de sus propias culturas. Se anuncia pues  un posible cambio cultural muy veloz hacia una realidad multicultural y multinacional, que llama a una reflexión  sobre los factores distintivos de las culturas y sus respectivas identidades, en que las religiones siempre han sido un elemento importante.

Las diversas comunidades y los grupos políticos sean minoritarios o subalternos llaman actualmente a una política de multiculturalismo,. La exigencia de reconocimiento va tomando un carácter de derecho que debe ser reconocido, ya que estaría muy vinculado a la identidad misma de quienes lo pretenden.

La tesis sería que nuestra identidad estaría formada por las percepciones que cada grupo, familia o comunidad, tienen de ellos mismos, y su ausencia implicaría la mala percepción  que otros más poderosos tienen de grupos o etnias consideradas marginales.

Análisis semejantes se han hecho durante la historia a propósito del feminismo y la negritud. También se ha pensado así respecto a indígenas y colonizados.

2.-  El necesario reconocimiento de las diversas identidades, que expresan la dignidad humana.-

En verdad el reconocimiento no puede ser considerado simplemente como un gesto o gentileza que se hace a los diversos grupos humanos; más bien es una necesidad humana vital.

Algunos estiman que en la época moderna se ha hecho inevitable la preocupación actual sobre la identidad y el reconocimiento.. Se debería el fenómeno  de la debilidad  de antiguas jerarquías sociales  que estaban fundadas solo en el concepto del honor.

Pero al lado de estas ya casi olvidada noción del honor, el concepto actual de dignidad se utiliza actualmente  en un sentido universal; se habla entonces – y con razón –  de la dignidad inherente a todo ser humano, o a la dignidad del ciudadano.Ciertamente resulta evidente  que el concepto de dignidad es compatible a una sociedad democrática. “La filosofía política de Jacques Maritain desde sus inicios, más allá de la cuestión de la República como régimen, fue fundamentalmente democrática. Más exactamente personalista – en razón del primado acordado a la persona –  comunitaria y pluralista – en virtud del rol decisivo  reconocido a los cuerpos sociales intermedios, y de la legitimidad considerada a una cierta heterogeneidad orgánica en  las estructuras mismas de la sociedad civil” ( Ives Floucat, “Maritain ou le catholicisme integral et l`humanisme democrátique” Ed. Pierre Téqui, Paris, 2003).-

De hecho, las formas de reconocimiento igualitario han sido esenciales a la cultura democrática. Desde el punto de vista social, las identidades son formadas en diálogo abierto, modeladas por un escenario social predefinido, lo que ha rendido a la política de reconocimiento igualitario diversos fundamentos y a veces la ha cargado de tensiones.

La proyección de una imagen de inferioridad a despreciativa puede efectivamente deformar u oprimir a las personas, llevándolas a asumir una imagen deteriorada. En este sentido, la denegación del reconocimiento termina siendo una forma de opresión.

3.-  Cultura democrática y/o cultura occidental.-

 Sin duda, una verdadera democracia requiere evitar a toda costa la existencia de ciudadanos de primera o de segunda clase. Para algunos la igualdad debe referirse solamente a los derechos civiles y al derecho a voto; para otros – donde nos ubicamos –  debe extenderse a la esfera socio-económica.

Es habitual vincular la democracia con la civilización Occidental; hay que tener presente que tal civilización, especialmente en su etapa moderna, como lo recuerda Maritain “es un cierto tipo histórico de civilización , espiritualmente dominado por el humanismo del Renacimiento, la Reforma protestante y la Reforma cartesiana”. Pero nos dice que no debe olvidarse  que “en virtud  de una ley natural de crecimiento y por el efecto del fermento evangélico depositado en la humanidad, hay una raíz cristiana que le ha dado al Occidente un carácter más humanista. (J.Maritain, “Religión et Culture” Foi Vivante, Desclée de Brouwer, 1991).

Digamos pues que debemos ir al encuentro de todas las creaturas igualmente, considerando su naturaleza

Alexandre Soljenitsyne ha escrito “Cada ser, incluso el más ínfimo, representa un aspecto único del diseño de Dios”. Y para no alejarme del mundo ortodoxo ruso, citaré a Vladimir Soloviev en su reformulación de un texto de la Escritura “Amarás a todos los otros como a ti mismo”.

Ciertamente toda cultura es a la vez un ámbito en el que se hacen patentes valores y donde se ejercen relaciones de poder.

Un relativismo cultural sostiene que cualquier cultura sería igualmente válida, lo que lleva a pensar en una bien dudosa cultura universal. Hasta ahora ha habido una fuerte barrera contra las pretensiones de la cultura occidental, para llegar a ser universal. La marcha hacia la universalización de la cultura no ha sido obra de convicciones racionales y libres, sino más bien de dominación y de violencia.

Respecto a la cultura occidental moderna hay sin duda carencias morales que Charles Taylor ha denominado “el desencanto de la modernidad”. Su individualismo que incluye el respeto a la persona, aceptando su capacidad de elegir libremente  su vida, es una faceta importante. Otra consiste en la pérdida de integración en la comunidad y la carencia de sentido de la vida  en la ausencia de solidaridad con las otras personas y con el todo del universo. De hecho habría una primacía de una razón instrumental, privilegiando la ciencia y la tecnología. Se instaura el dominio del ser humano tanto en nombre de su libertas como de la eficacia.

Se manifiesta así un atomismo de la sociedad, y su división radica entre los que participan en ella y los que son excluidos.

Ya en 1930, en su texto sobre Religión y Cultura J.Maritain señalaba que la vida social “no es un simple hecho natural, una obra física, es una obra moral, una obra de la razón  y de la virtud, natural solo en el sentido en el que responde a las grandes inclinaciones  esenciales de la naturaleza humana”.

De allí que el tema del multiculturalismo sea una materia de legítima preocupación para quienes comparten ese pensamiento.

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